Cambios en la plaza donde ISIS cometía asesinatos y otros horrores en público

La Plaza del Paraíso se convirtió en el símbolo del terror del Estado Islámico.

AL RAQA — Durante los años de la ocupación del grupo Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) en la ciudad siria de Al Raqa, la Plaza del Paraíso se convirtió en la del infierno donde los yihadistas llevaban a cabo asesinatos en público. Pero ahora, tras su liberación, ve un nuevo renacer.

Ahora hay vendedores de frutas en los aledaños de la plaza, gente sentada en su centro a la espera de que arrecie una lluvia poco usual en la zona y coches que circulan en la que fue la capital de facto de los extremistas, hasta que las Fuerzas de Siria Democrática (FSD), una alianza liderada por kurdos, les arrebató Al Raqa en octubre de 2017.

"El Estado Islámico, Wilayat (Provincia) al Raqa, sector de la ciudad, organismo de los servicios islámicos, oficina de Al Yibaya unido", reza un grafiti pintado en blanco sobre negro, los dos colores de la bandera que se apropió el EI, en la entrada de un parque ubicado en una esquina de la plaza.

Un hombre y un joven, que rechazaron ser identificados, se acercan y señalan con el dedo los edificios que continúan totalmente en ruinas un año y medio después de su liberación.

"Ahí se ponían a vigilar lo que hacían (...) Si alguien fumaba, le cortaban la mano", dice el hombre, que regenta un local en el que el narguile (pipa de agua) está presente en cada mesa.

Ese era el centro del "Naim" - paraíso en árabe - para los terroristas, según reza en la pintada que nadie borra.

EL SÍMBOLO DEL TERROR

La Plaza del Paraíso se convirtió en el símbolo del terror del Estado Islámico. Su rotonda, donde hombres eran crucificados, y sus verjas, donde se exponían las cabezas de personas degolladas, aparecían en el material audiovisual que el EI difundía a través de sus órganos de propaganda.

Las cabezas eran exhibidas durante días junto a señales en las que se decía que los ejecutados habían cometido un "crimen", como podía ser fumar, escuchar música o jugar a un videojuego.

Los yihadistas, según las imágenes difundidas, llamaban a través de micrófonos conectados a altavoces para que los hombres y niños se vieran obligados a asistir a esos actos macabros.

"¿Cómo se siente uno si sabe que puede morir en cualquier momento?", se pregunta Aysha, que porta el niqab, un velo integral que solo deja entrever su mirada.

Sentada sola en la Plaza del Paraíso revisa el móvil mientras apunta a Efe que cerca de donde se encuentra cayó un mortero cuando el Estado Islámico ocupó la ciudad en enero de 2014.

Luego hizo de ella su centro de operaciones en el país mediterráneo, donde la mayoría de los terroristas extranjeros se agolpaban para crear su gobierno del terror. Aysha, nombre cambiado a petición de la fuente, vivió bajo la ocupación extremista, aunque quería escapar.

"No podía salir fuera del Estado Islámico. Quería ir a Damasco o Alepo, pero no podía". Esta siria se vio obligada a guardar un perfil bajo; ir a la compra y quedarse en casa era su día a día.

UN RESURGIR RODEADO DE RUINAS

Cuatro fuentes ahora dan luz a la rotonda que, con los yihadistas era un terreno pedregoso y sangriento.

Fue reconstruida por el Comité de Reconstrucción de Al Raqa, parte del Consejo Civil de Al Raqa, la autoridad que fue creada por las FSD respaldadas por Washington tras expulsar al EI de la ciudad.

El cometido de este consejo, desde el principio, ha sido la reconstrucción de la urbe, siendo las minas colocadas por los terroristas y la eliminación de los escombros que dejaron atrás la organización sus principales preocupaciones para devolver la vida a los ciudadanos.

El Equipo de Respuesta Rápida, que depende del comité, dijo el pasado 13 de febrero que las tareas de reconstrucción estaban "casi finalizadas" en el área.

Pese a que el centro luzca nuevo, en sus alrededores la destrucción sigue presente y el gris de los edificios se mezcla entre las tiendas abiertas en los bajos.

Dentro de esas viviendas en ruinas cuelgan ropas y se escucha las voces de los que malviven entre el miedo de que una mina pueda ser el final de sus días.

"Nuestra situación es muy difícil. Sufrimos todos los acontecimientos pasados hasta ahora. Estamos cansados psicológicamente (...) Necesitamos apoyo psicológico y económico para poder regresar a como era antes. Aun así, no podemos volver porque lo que vivimos no se puede olvidar", dice Aysha apesadumbrada.

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