Sumida en el dolor, La Mora despide a víctimas de masacre

Seis niños y tres madres fueron acribillados a tiros por sicarios en Sonora, México.

LA MORA, México — Con militares custodiando la entrada de La Mora, cientos de personas llegaron el jueves a este remoto poblado agrícola mexicano para los funerales de una algunas de las víctimas estadounidenses asesinadas en una emboscada por integrantes de un cártel de las drogas.

En una sola tumba reposarán los restos de una mujer y sus dos hijos, quienes fueron baleados afuera de La Mora, en el estado mexicano de Sonora, donde viven unas 300 personas. Muchos de sus residentes tienen doble nacionalidad de Estados Unidos y México y se consideran mormones, aunque no están afiliados a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Dawna Ray Langford, de 43 años, y sus hijos Trevor, de 11, y Rogan, de 2, serán sepultados juntos, igual que como fallecieron el lunes, cuando atacantes ametrallaron su camioneta SUV mientras transitaban por un camino de terracería que los llevaba a la Colonia LeBarón, en el estado vecino de Chihuahua.

Los féretros que usaron para la misa fueron construidas por sus seres queridos, pieza por pieza cortaron la madera, la lijaron y la pulieron hasta terminar un ataúd para la madre y otra para cada uno de sus pequeños. 

Hombres con palas y un muchacho ayudaron a preparar el terreno en un pequeño cementerio en la comunidad ubicada a unos 70 millas de Arizona, donde se pueden ver de forma alternada casas con estilo estadounidense, establos y huertos. La gente talló a mano los ataúdes de pino.

Se espera que este viernes Rhonita María y sus dos gemelos de solo seis meses, así como Christina y sus dos hijos sean sepultados en la Colonia Lebaron en Chihuahua.

Vehículos del ejército mexicano pasaban con regularidad por el único camino pavimentado en La Mora, ofreciendo la seguridad que faltó el día de los asesinatos.

Decenas de camionetas, muchas de ellas con matrículas de Estados Unidos de lugares tan lejanos como Dakota del Norte, han llegado a La Mora por el mismo camino de terracería donde ocurrió la emboscada. El trayecto cruza el desierto, áridas praderas y montañas cubiertas de pinos.

Se calcula que unos 1,000 visitantes pernoctaron en la localidad antes de los entierros del jueves, ocupando los pisos de las casi 30 viviendas o en tiendas de campaña que ellos mismos llevaban. Al menos una vaca fue sacrificada para ayudar a alimentar a la gente, además de a las docenas de soldados mexicanos que custodian la entrada a La Mora.

Steven Langford, que fue alcalde de la aldea de 2015 a 2018, espera que los asesinatos tengan un “importante” impacto en la comunidad. En su día no pensaba en moverse por la zona en el medio de la noche, pero en los 10 o 15 últimos años la situación “empeoró y empeoró y empeoró”. Teme que alrededor de la mitad de los residentes puedan marcharse fuera.

“Esto fue una masacre, 100% una masacre”, dijo Langford, que perdió a una hermana, Christina Langford, en la emboscada. “No sé cómo entra en la conciencia de nadie hacer algo tan horrible”.

Cuando los pistoleros abrieron fuego contra el grupo el lunes, el ejército mexicano, la Guardia Nacional y la policía del estado de Sonora no estaban allí para protegerlos. Tardaron alrededor de ocho horas en llegar.

Para muchos, la tragedia parece demostrar una vez más que el gobierno ha perdido el control de vastas zonas de México ante los narcotraficantes.

La ausencia de las fuerzas de seguridad en zonas rurales como los estados norteños de Chihuahua y Sonora llevó en su día a que los residentes con doble nacionalidad de sitios como la Colonia LeBarón formaran sus propios cuerpos de defensa civil.

Esta semana, los militares le dijeron que la localidad de Zaragoza había sido abandonada en un 50%, agregó.

El general Homero Mendoza, jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional, dijo el miércoles que la emboscada del lunes en la que murieron tres mujeres y seis niños, todos estadounidenses, comenzó a las 9:40 de la mañana, pero que las unidades del Ejército más cercanas estaban en la ciudad fronteriza de Agua Prieta, a unas 100 millas de distancia.

Los soldados no partieron hacia la escena del ataque hasta las 14:30, a donde llegaron a las 6:15 pm, mientras cinco niños que habían sobrevivido se escondían en las montañas con heridas de bala.

“Hay zonas donde el Estado es muy frágil”, dijo Alejandro Hope, analista de seguridad de México.

El presidente Andrés Manuel López Obrador creó la Guardia Nacional tras asumir la presidencia de México en diciembre del año pasado para ayudar a las fuerzas de seguridad, pero sus 70,000 elementos tienen que cubrir un extenso territorio.

En Colonia LeBarón, la influencia estadounidense es evidente se mire a donde se mire: hay camionetas con matrículas de California, Idaho, Colorado, Washington, y clientes angloparlantes comiendo hamburguesas en Ray’s Restaurant, Coffee & Grill. Muchos de los residentes con doble nacionalidad nacieron allí y sus familias llevan décadas en ese sitio.

Se presume que los asesinos son miembros de La Línea, cuyos sicarios entraron al territorio del cártel de Sinaloa en la víspera y establecieron un puesto de avanzada armado en una colina cerca de La Mora y una emboscada carretera arriba.

El cártel de Juárez aparentemente quería evitar que los hombres del cártel de Sinaloa ingresaran a su territorio en el estado de Chihuahua.

El miércoles, docenas de soldados y efectivos de las policías federal y estatal y de la Guardia Nacional custodiaban la carretera llena de baches que une el estado de Chihuahua y La Mora, en Sonora, replicando a la inversa la ruta de que realizaban las víctimas cuando se vieron sorprendidas por la emboscada.

Los integrantes de la caravana aplaudieron a las fuerzas de seguridad y les dieron comida, botellas de agua y gorras de béisbol.

Langford dijo que él y otros viajan a menudo entre La Mora y Estados Unidos, trabajando al norte de la frontera para construir sus vidas y criar a sus familias en un lugar que describió de “paraíso” para que crezcan los niños. Detrás de la parcela donde él y su esposa criaron a sus 11 hijos, pescan y nadan.

“Siempre hemos conocido los peligros. Hemos visto a la gente hacer sus cosas. Siempre tuvimos la política de ‘No les molestamos’. Nunca soñamos que algo así pudiese suceder”, manifestó Langford. “Ahora, este lugar va a convertirse en un pueblo fantasma. Mucha gente va a marcharse”.

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